actos inexplicables

El regusto a nicotina me sorprendió palpitando en la oscuridad de mi garganta con tal nitidez que fue como si hubiese inhalado tu aliento en aquel preciso instante. Como si, inconscientemente, hubiese vuelto a saborear el contacto de tus labios al roce con los míos.

Curiosamente, te habías escapado a un rincón en mi memoria y ya apenas pensaba en ti. En nosotros. Y, la verdad es que hacía meses que el gas de nuestros recuerdos había perdido la fuerza y ya no peleaba por subir arañando mis entrañas.

Y, a pesar de todo, daba la maldita casualidad de que siempre que se me escapaba el malestar por los poros de la piel, siempre y sin excepción, lo hacía envuelto en tu recuerdo.

Como entonces, con el sabor en la boca de aquella maldita droga con regusto a ti.

Como el aroma que se quedó entre las sábanas cuando dejaste de abrazarlas.

Y ya sé que no todo es blanco y negro en esta vida. Que ni yo era perfecta ni tú un imbécil sin solución. Los dos fallamos, los dos la cagamos, sin nunca esforzarnos en disimularlo. Sin perder los anillos en el camino. Sin derramar una lágrima.

Los dos juntos caímos en un vaivén de reproches y condenas que nunca supimos manejar pero que muy pronto empezaron a sonar por encima de nuestros besos. Llenándolo todo con sus sonoras campanadas, que no hacían más que recordarnos que a nosotros. A ti y a mí, amarnos se nos da de pena. De puta pena.

La ilusión con la que empezamos se suicidó por el camino, asistiendo nosotros inertes al funeral más aciago de la historia. De nuestra historia.

Acomodándonos en esa red de desesperación y desasosiego en que se convirtieron cada uno de nuestros días, aprendimos a vivir el uno sin el otro. Aprendimos que el amor, por bonito que sea, no siempre sale bien. A veces sale peor.

Y sin buscarlo.

Sin pretenderlo.

A mi almohada se le está olvidando cómo oler a ti.

I'll find a match.

Tenías fuego en las manos y un océano en la mirada. ¿O era deseo en la punta de los dedos y lujuria en la pupila? Ya ni me acuerdo. Se me ocurrían tantas similitudes a lo largo del día que he terminado por olvidar muchas de ellas.

La verdad es que estremecías la cara interna de mis riñones y se me erizaban hasta los pelos del estómago. Se me rizaban las pestañas de ansia por tocarte y moría de amor cada vez que me hundía en lo negro de tus ojos.

Sólo en lo negro.

Nunca me importó el color de alrededor, ni la forma de tus pestañas, ni el arco perfecto que formaban tus cejas.

Sólo sentirme rodeada del abismo negro de tu mirada que hacía que un volcán estallase en mi interior mientras caía al vacío de tus ojos.

Comerte a besos siempre me pareció escaso, incompleto; muy limitado.
Como si tocar cada milímetro de tu piel no fuese suficiente. Como si necesitase, también, arañarte, morderte, devorarte con saña. Dejando escapar mis más fieros instintos para que se alimentasen con rabia.

Exprimir tu pecho hasta darle la vuelta a tu corazón, ponerlo mirando hacia el cielo y colgar de él un sol. Dibujar con mis labios margaritas alrededor y con mis manos amasar los entresijos de tu mente, darles forma de nubes y colgarlos en el cielo de tu esternón.

Enterrarme en tu cuello hasta hacer de tu olor el mío y engancharme en tu pelo con lujuria y desenfreno. Empaparme tanto de ti, que se me condense el amor en las pestañas y forme un goteo constante sobre mis mejillas, emprendiendo una carrera que termina en nuestros labios. Y que, si alguna esquiva las montañas de nuestras bocas, sea sólo para extinguirse fundida entre el calor de nuestros cuerpos.