A veces pienso cosas estúpidas.
Imagino cómo lloraría un roble si pudiera o cómo sonreiría un pez espada. Pienso cómo sería si de repente un día lloviera hacia arriba o si, en lugar de coches, utilizáramos nubes para ir de un lugar a otro, su tubo de escape sólo emitiría gotitas condensadas de agua y su limpiaparabrisas sería una fina cadena de brillantes estrellas.
Pienso cómo sería si los libros se pudiesen leer a sí mismos y llorar sobre sus historias, o reír, o enfadarse, o sonrojarse con ellas. Si pudieran contarnos su opinión sobre sus páginas.
¿Y si la almohada pudiera devolvernos el abrazo cuando la buscamos en la oscuridad de la noche? O si le hiciésemos daño al sofá cuando llegamos cansados y nos tiramos sobre él sin pensarlo…
A veces pienso que el ordenador se cansa de estar encendido, que a la tele le duele la cabeza de aguantar todo ese ruido y que al coche le da catarro cuando pongo el aire acondicionado.
Por no hablar del sofoco que me entra al pensar en el cuello de mi bolígrafo cuando escribo con ímpetu contra un cuaderno. Por no hablar de ese cuaderno…
A veces, hasta pienso si al 2 le molestará no ser nunca el primero, o al 1 estar siempre tan sólo, o al 0 no ser nada a la izquierda en la sociedad.
A veces pienso que pienso demasiado. Y aunque no hay como lo poco siendo bastante, nunca me ha dado por pensar que sea bueno pensar poco…Más bien lo contrario.
Pero muchas veces pienso que en buena hora me pongo a pensar sobre lo que no quiero pensar porque entonces ya no puedo parar y pienso, y duele, y pienso, y duele más, y pienso y no lo soporto ni un poco más.
Y, desgraciadamente, sigo pensando y sigue doliendo porque con el pensar, así como con el comer, es todo empezar.
Y por eso a veces pienso cosas estúpidas, como que mi cerebro se fatiga de pensar siempre en lo mismo. Así que le doy un respiro y entre Tú y Tú divago sobre los abrazos de mi almohada o sobre los sentimientos de lo insensible. Aunque, al fin y al cabo, vuelve a ser Tú.
Imagino cómo lloraría un roble si pudiera o cómo sonreiría un pez espada. Pienso cómo sería si de repente un día lloviera hacia arriba o si, en lugar de coches, utilizáramos nubes para ir de un lugar a otro, su tubo de escape sólo emitiría gotitas condensadas de agua y su limpiaparabrisas sería una fina cadena de brillantes estrellas.
Pienso cómo sería si los libros se pudiesen leer a sí mismos y llorar sobre sus historias, o reír, o enfadarse, o sonrojarse con ellas. Si pudieran contarnos su opinión sobre sus páginas.
¿Y si la almohada pudiera devolvernos el abrazo cuando la buscamos en la oscuridad de la noche? O si le hiciésemos daño al sofá cuando llegamos cansados y nos tiramos sobre él sin pensarlo…
A veces pienso que el ordenador se cansa de estar encendido, que a la tele le duele la cabeza de aguantar todo ese ruido y que al coche le da catarro cuando pongo el aire acondicionado.
Por no hablar del sofoco que me entra al pensar en el cuello de mi bolígrafo cuando escribo con ímpetu contra un cuaderno. Por no hablar de ese cuaderno…
A veces, hasta pienso si al 2 le molestará no ser nunca el primero, o al 1 estar siempre tan sólo, o al 0 no ser nada a la izquierda en la sociedad.
A veces pienso que pienso demasiado. Y aunque no hay como lo poco siendo bastante, nunca me ha dado por pensar que sea bueno pensar poco…Más bien lo contrario.
Pero muchas veces pienso que en buena hora me pongo a pensar sobre lo que no quiero pensar porque entonces ya no puedo parar y pienso, y duele, y pienso, y duele más, y pienso y no lo soporto ni un poco más.
Y, desgraciadamente, sigo pensando y sigue doliendo porque con el pensar, así como con el comer, es todo empezar.
Y por eso a veces pienso cosas estúpidas, como que mi cerebro se fatiga de pensar siempre en lo mismo. Así que le doy un respiro y entre Tú y Tú divago sobre los abrazos de mi almohada o sobre los sentimientos de lo insensible. Aunque, al fin y al cabo, vuelve a ser Tú.